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Rugby World Cup

Luces y sombras del Mundial de Rugby del bicentenario

Francia 2023 se despidió con una disputadísima final que Sudáfrica le ganó a Nueva Zelanda por apenas un punto (11-12). Se cerraba así el Mundial del bicentenario, al conmemorarse este año los doscientos calendarios desde que William Webb Ellis tomó la pelota con sus manos durante un partido de fútbol disputado en la exclusiva public school –en realidad colegio privado- de Rugby, en el centro de Inglaterra. Al menos eso es lo que dice la historia oficial, para algunos, pura leyenda.

El caso es que el estudiante devenido en clérigo da su nombre a la copa que levantó el capitán sudafricano Siya Kolisi en el parisino Stade de France. Es la cuarta vez que la nación del arcoíris se hace con el trofeo, lo cual es un gran logro teniendo en cuenta que de las diez ediciones mundialistas solo ha disputado ocho. De las dos primeras fue excluida porque entonces aun imperaba en Sudáfrica el régimen segregacionista del apartheid.

Como en cuartos y en semifinales, cuando también se impusieron por apenas un punto a Francia y a Inglaterra, respectivamente, en la final los Springboks cuajaron una actuación soberbia. Todo al más puro estilo bokke, con un juego extremadamente físico, tackleador y con una disciplina táctica en la que las individualidades se supeditan totalmente al grupo, como marcan los cánones del rugby más clásico. Sin embargo, y atendiendo a sus propios objetivos, he ahí una de las primeras sombras de un Mundial de Francia que World Rugby quiso convertir en vitrina del rugby espectáculo. Ese que se asemeja más al flair francés y al running rugby con off loads inverosímiles de los neozelandeses que a la propuesta sudafricana.

Claro, hay quien dirá que de todo eso y más también hubo, sobre todo en las boletas que Irlanda le endosó  a Rumanía (82-8); Sudáfrica  también a Los Robles rumanos (76-0); Nueva Zelanda a Namibia (71-3) y a Uruguay (73-0);  los mismos All Blacks a Italia (96-17) y en alguna medida, aunque no exactamente, Inglaterra a nuestros Cóndores (71-0) en un partido que pudo terminar con un marcador menos abultado y con Chile anotando por lo menos 9 puntos.  El problema es que sin réplica el rugby espectáculo deriva en farsa y en algo tan aburrido o más que el rugby sudafricano para quienes no entienden de rugby.

Cabe preguntarse porque doscientos años y diez mundiales después sigue sin encontrarse el punto de equilibrio. En ello mucho tiene que ver la esencia primigenia del rugby, estructurado por concepto y por la infinidad de disposiciones reglamentarias  que son las que permiten que el juego no derive en otra cosa. De uno –el concepto- y de otras –las normas- nacen los tan cacareados valores de nuestro deporte que World Rugby pretende proyectar tanto como el espectáculo que atraiga a las masas y la plata de verdad, esa que todavía sigue siendo muy modesta si se la compara con la que riega otras disciplinas deportivas,  especialmente un fútbol con el que el rugby no debería compararse jamás. Por algo William Webb Ellis tomó la pelota con las manos en la señera Rugby School.

Los extremos vistos en Francia, con partidos muy disputados pero no necesariamente espectaculares para un público neófito más allá del drama del resultado, y aquellos otros llenos de florituras pero sin emoción, también tienen que ver con otras cosas. Cuestiones en las que nada tienen que ver los fundamentos del rugby y sí con las decisiones que toma World Rugby.

Desde hace años se viene reclamando que el foso insalvable que separa a los países del Tier 1 de los del Tier 2 debe superarse. De lo contrario seguiremos llegando a los mundiales con los cuarto finalistas casi decididos de antemano y apenas dos o tres equipos con posibilidades de llevarse el título. A Sudáfrica la sigue Nueva Zelanda con tres, Australia con dos copas mundiales e Inglaterra con una. En este Mundial solo Fiyi logró colarse en cuartos, algo no tan meritorio teniendo en cuenta que los oceánicos siempre han estado justo por detrás de los ocho o nueve grandes, Argentina incluida.

Se ha hablado mucho de dar más roce internacional a las selecciones del Tier 2. De hecho casi terminando el mundial y seguramente por lo visto en el mismo, World Rugby anunció la creación de un nuevo torneo bianual. Tendrá dos divisiones de 12 equipos cada una y habrá ascensos y descensos, lo cual permitirá que los más fuertes del Tier 2 puedan aspirar en algún momento a jugar con las selecciones del Tier 1, que hasta ahora solo enfrentaban en los mundiales. Ampliar el número de selecciones en los mundiales de 20 a 24 también va en esa dirección porque habrá unos octavos de final en los que podrán colarse algunos Tier 2.

Todo ello permitirá a algunas selecciones  jugar con equipos de los que aprender, en entornos con todas las condiciones y con arbitrajes con standard Tier 1 y TMO de verdad. Esto último fue clave en algunos partidos, por ejemplo, en el de Chile frente a Japón en Toulouse. La disparidad entre los arbitrajes Tier 1 y Tier 2 quedó crudamente expuesta en este Mundial, en el que muy pocos árbitros oficiaron en muchos partidos. Son los mismos que arbitran en el Seis Naciones, el Rugby Championship o los torneos de clubes europeos. El desconcierto por falta de costumbre de los jugadores del Tier 2 al tratar por primera vez con ellos era evidente, lo que se tradujo en muchos penales que los otros equipos pueden evitar porque conocen a esos árbitros y están acostumbrados a sus criterios. Tanto así que a veces resultaba un poco embarazoso ver la familiaridad, rozando el compadreo, con el que esos árbitros de primera se referían por su nombre de pila a todos y cada uno de los jugadores de las selecciones del Tier 1, y no solo al capitán. El caso de Wayne Barnes, que arbitró la final, es muy elocuente en ese sentido.

Los cambios van en la buena dirección pero sus efectos serán limitados si no se enfrentan otras realidades que ha expuesto este Mundial. La primera de ellas tiene que ver con la elegibilidad. Las normas de World Rugby siguen beneficiando a las selecciones del Tier 1. Salvo Argentina y Suadáfrica todos los demás de ese lote presentaron alineaciones con jugadores extranjeros seleccionados  por una u otra razón: antepasados más o menos cercanos o haber jugado algunos años –no demasiados- en las ligas de la selección en cuestión. Para paliar los efectos de esa nociva práctica, se permitió que quienes hayan jugado por una selección puedan hacerlo más tarde por la que de verdad les correspondía por nacimiento o nacionalidad. Se benefició así a países como Fiji, Tonga o Samoa. Sin embargo,  y como demostró Chile ante estos últimos, el efecto es limitado porque si bien son jugadores de primera, en muchos casos ya han iniciado su declive físico.

La otra cuestión alarmante es el caso de Italia. El desempeño de la Azzurra volvió a dejar mucho que desear, sobre todo teniendo en cuenta que desde hace ya veintitrés años viene disputando el Seis Naciones por razones que tienen más que ver con lo económico que con lo deportivo. Todo ello en detrimento de Georgia o Portugal, que cuajaron un mundial más que aceptable, sobre todo si se los compara con una Rumanía que en su día aspiró a la elite y hoy es un roble caído, y no solo por decisiones de secretaria, que por otra parte han solido beneficiarle.

Excelente impresión causó la representación de Sudamérica, que por primera vez llevó tres selecciones a un Mundial. Los resultados fueron buenos, no solo por el cuatro puesto de una Argentina irregular en su juego. También por la clara victoria de Uruguay frente a Namibia (36-26); los buenos partidos de Los Teros ante Francia e Italia  y los más que dignos resultados de Chile. Sobre todo, llamó positivamente la atención la gran cantidad de hinchas sudamericanos que viajaron a Francia, con Argentina y Chile ofreciendo un espectáculo único en las gradas cuando se midieron en Nantes. Eso da esperanzas a World Rugby de cara a los siguientes mundiales en Australia y, sobre todo, en EE UU, donde lo visto en Francia, con localidades  vacías en algunos partidos al haber sido adquiridas por empresas para agasajar a unos clientes que no llegaron, se puede multiplicar en el paraíso de las grandes corporaciones. La hinchada sudamericana es garantía de asistencia. También un reclamo económico para que al margen del nuevo torneo, se organicen más partidos entre Chile y Uruguay y selecciones del Tier 1, por ejemplo, las que van a jugar periódicamente con Argentina.

La avalancha de seguidores sudamericanos tampoco  pasó desapercibida a los exigentes rugbiers franceses, especialmente los del suroeste del hexágono, fascinados al descubrir que al otro lado del mundo hay gente tan apasionada como ellos por el deporte de la ovalada y con una cultura rugbística más que contrastada. Para no pocos franceses algo de consuelo supuso aquello ante la enorme decepción de ver a su selección eliminada en cuartos por la Sudáfrica campeona del mundo en Francia 2023, el Mundial del bicentenario.

Columnista Rugbiers. Periodista, Profesor Universidad Complutense de Madrid, jugador de Country Club y Olimpico de Pozuelo

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